Podríamos hacer las ciudades más bonitas. Que cualquier vuelta de esquina pudiera sorprendernos; romper la monotonía de los edificios; colorear los grises. El más anodino objeto puede cambiar sus formas bajo una aguda imaginación. Andar por la ciudad podría convertirse en un ejercicio de ingenio, ver si somos capaces de darle otra vuelta de rosca a las cosas cotidianas, a la rutina diaria.
El arte callejero se supera, convirtiendo las ciudades en museos.
Hagamos nuestras ciudades más tiernas y amables. A ver si se nos contagia algo…