La ciudad de Elena

Podría pasarme horas sentada en la cafetería de un centro comercial. Bebiendo un café humeante, observando a la gente cargada ilusionada con sus bolsas. Ver como andan, como visten, escuchar fragmentos de conversaciones, imaginar sus vidas…

Me gustan los micromundos. Imagino la vida de los que trabajan allí. Conocen las calles de ese edificio, con sus tiendas, conocidas al dedillo por todos ellos. Compañeros unos, criticados otros… Las cafeterías donde desayunan o descansan tomando un café, entretenidos en algún chismorreo sobre aquella estirada dependienta nueva de Zara, o que el guapo de la tienda de videojuegos tontea con la dependienta de Levi´s, que por cierto, es un zorrón.

Los aeropuertos, donde se queda uno atrapado en tierra de nadie a la espera de que salga el siguiente vuelo que te llevará a tu destino. Donde escala es sinónimo de limbo. Tiendas que te tientan con cosas que desearías llevarte a ese lugar nuevo al que vas, o a ese lugar viejo al que vuelves. Donde piensas ¿por qué no? Un último capricho más… Más cafeterías y restaurantes donde reponer fuerzas y amenizar la espera. La espera que te obliga a frenar el impulso que te lleva a estar haciendo cosas continuamente, en la que puedes estar sin hacer nada sin sentirte culpable, pues no queda otra que esperar. Esperar, observar e imaginar. Seguir imaginando la vida de otras personas, atrapadas como tú en esa espera lánguida. Unidos por un lapsus de tiempo, por ese destino común, por el destino…